martes, 6 de octubre de 2009
LA FE
En primer lugar digamos que el amor a Dios engendra la fe. La fe es la confianza total, plena, absoluta en Dios. Tener fe es creer que Dios está con nosotros en las buenas y en las malas: cuando estamos en gracia, cuando estamos tentados, cuando estamos pensando y cuando hemos pecado.
Tener fe es creer que Dios nunca se aparta de nosotros y que él siempre está a nuestro lado para alentarnos en nuestras luchas y para levantarnos en nuestras caídas.
Tener fe es creer que estamos en las manos de Dios y que Él nunca nos va a dejar caer de sus benditas manos; y si alguna vez caemos Él extenderá su brazo grande y poderoso para sacarnos del abismo en el que nos encontremos.
Para los cristianos tener fe es creer en Jesucristo. Es decir creer que Dios ha hecho palpable su amor en Jesús de Nazareth y que solo nos salvaremos si creemos en Él y lo amamos con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y toda nuestra mente. El núcleo de la fe cristiana es el Kerigma: creer en Jesús muerto y resucitado por nuestra salvación.
Dice Jesús que la fe tiene una fuerza impresionante y que es capaz de mover montañas (Mt.17,20). Es evidente que esta afirmación del señor es una metáfora. Por tanto, no se puede entenderla literalmente, como aquella señora que leyendo la Biblia se encontró con este texto y entonces dijo : “vamos a ver si es cierto”. Al anochecer abrió su ventana y le ordenó a una enorme montaña que estaba frente a su casa: “quiero que te muevas un poco más a la izquierda”. Inmediatamente cerró su ventana y se fue a dormir. Al día siguiente se levantó y lo primero que hizo fue acudir a ver que había sucedido con la montaña. Al abrir su ventana se dio con la ingrata sorpresa que la montaña seguía en su mismo lugar, firme y majestuosa. Entonces la mujer exclamó: “Ya sabía que eso no iba a suceder”.
Ya hemos dicho que este texto no podemos entenderlo literalmente, sino de un modo figurado. Con estas palabras el Señor quiere decir que la fe es capaz de transformar los corazones que a veces son tan pesados como las montañas. Por eso, en el antiguo testamento, Dios promete cambiar el corazón de piedra por un corazón de carne. (Ez.36,26)
Pero si nuestra fe no es tan grande, como para mover montañas no debemos preocuparnos. Lo importante es que tengamos fe, aunque sea tan pequeñita como el gramo de mostaza. Eso lo dice Jesús en el texto antes citado: “Si tuvieras fe aunque sea como un grano de mostaza”. Por tanto, aunque nuestra fe sea tan pequeñita como el grano de mostaza estamos seguros que puede germinar , crecer y dar frutos abundantes. Para ello tenemos que orar como los discípulos diciéndole al Señor: “Auméntanos la fe” (Mt.17,5; o como aquél hombre del evangelio que imploró : “Creo, Señor, pero auméntame la fe”(Mc. 9,24)
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