REFLEXIÓN BÍBLICA
DOMINICAL
Oscar Montero Córdova SDB
DOMINGO VI
DEL TIEMPO ORDINARIO
Año B (11
de febrero de 2012)
Como
nos narraba el libro del Levítico, la lepra condenaba al infectado a una
maldición completa: era impuro –ante Dios y ante los hombres- y, además, se
veía privado de la dimensión social de su existencia: “Mientras le dure la afección, seguirá impuro; vivirá solo y tendrá su
morada fuera del campamento” (Lv 13, 46).
Hoy
no hace falta ser leproso para padecer ser tildado de “impuro” o ser marginado
de los grupos humanos e incluso de la misma
Iglesia. Miremos no más los padecimientos de tantos connacionales que
viven excluidos y perseguidos por la xenofobia. Sin ir muy lejos, pensemos en
el drama de los infectados por el VIH y los homosexuales. Tenemos que reconocer
que nos cuesta poner en práctica la tolerancia y acogida que nos piden el Evangelio
y el Catecismo: “La Iglesia acoge sin condiciones a las personas que presentan
tendencias homosexuales. No deberían ser discriminadas por ello” (YouCat, 415).
Y qué decir de los pobres y de los indigentes, y de las distinciones que
establecemos por nuestros rasgos raciales y culturales en el mismo país… ¡Ha
surgido una nueva lepra y peor que la anterior!
Jesús
quien es ya el Reinado del amor de Dios en medio de nosotros, nos quiere decir
hoy que en su corazón –y también en el corazón de todos sus seguidores- hay
espacio y brazos abiertos para todos. Recordando este pasaje en el que Jesús se
compadece, extiende la mano y toca al
leproso (Cfr. Mc 1, 41), un obispo decía: “Uno toca a quien ama”. Yo diría
más: “Uno se relaciona con quien ama”. Un país, una sociedad que se confiesa en
su mayoría “creyente” –discípula y misionera de Jesucristo- no puede tener como
lacra social el drama de la exclusión, de la discriminación y del racismo.
Pero
esta Buena Noticia de Jesús también tiene una dimensión personal. El texto se
abre y se cierra con los verbos acercar y acudir. “Se acercó a Jesús un leproso… acudían a él de todas partes” (Mc 1,
40.45). Yo creo que la vida cristiana se mantiene viva cuando hay esta
actitud de búsqueda. Buscar a Jesús, acercarse a Jesús, acudir hacia Jesús. ¡Él
es el centro del cristianismo!
San
Jerónimo, un santo padre de la Iglesia que profundizó muchísimo en las
Escrituras dijo: “En sentido místico, nuestra lepra es el pecado del primer
hombre”. Sin duda que el primer pecado fue borrado por el bautismo, pero sería
de presumidos negar que nuestra naturaleza humana esté aún herida. Dios nos regalado un segunda tabla de
salvación para ir curando los nuevos brotes de lepra espiritual que nos
aquejan: el sacramento de la Reconciliación que comúnmente llamamos confesión.
Hagamos la experiencia del salmista: “Había
pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: ‘Confesaré al Señor mi
culpa’, y tú perdonaste mi culpa y mi pecado” (Sal 31). ¡Sí!, acerquémonos
y acudamos con confianza de hermanos a Jesús, “médico carnal y espiritual”
(Ignacio de Antioquía). Porque “no
necesitan médico los sanos, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los
justos, sino a los pecadores” (Mc 2, 17).
Finalmente,
no puedo pasar por alto la enseñanza paulina de hoy: “Cuando coman o beban o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para
gloria de Dios” (1Cor 10, 31). Yo les insisto en esto: la vida cristiana es
más que comulgar y confesarse. Sin duda que ir a los sacramentos, es ir a la
fuente del corazón mismo de Cristo… pero, por favor, no olvidemos que la “vida nueva de Jesucristo toca al ser
humano entero (…) la vida en Cristo incluye la alegría de comer juntos, el
entusiasmo por progresar, el gusto de trabajar, el gozo de servir, el placer de
una sexualidad vivida según el Evangelio. Podemos encontrar al Señor en medio
de las alegrías de nuestra limitada existencia” (Aparecida, 356).
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